Si algo hemos aprendido este año es que deberíamos haber pensado en todo momento de manera mucho más proactiva en lo que a la educación se refiere en lugar de haber esperado a la llegada de una pandemia. Ahí es donde entra en juego la idea del ejercicio de destruir las universidades.
La idea es original de una consultora, Lisa Bodell de futurethink. Estábamos trabajando con una empresa y su CEO dijo: «no quiero tener una organización llena de dinosaurios. Vamos a replantear todo esto». Su idea consistió en adoptar la perspectiva del principal competidor de la empresa y determinar cómo hacer que la empresa fracasara. Pidió a los ejecutivos que intentaran destruir su propia empresa.
Nunca había visto a un grupo de ejecutivos con tanta energía. Después de generar todas estas ideas, pudieron reconocer algunas como verdaderas amenazas y otras como oportunidades. Luego se preguntaron lo siguiente: ¿qué vamos a hacer al respecto?
Recomendaría realizar el ejercicio de «destruir las universidades» en las facultades al menos dos veces al año. Las personas son mucho más creativas cuando están a la ofensiva que cuando lo están a la defensiva. Si el desafío fuera salvar las universidades, recibirías un montón de ideas aburridas y convencionales. Cuando hablamos de destruirlas, recibes un montón de ideas creativas que de lo contrario no habrían surgido.
También estás en una situación en la que puedes plantear problemas que no te sentirías cómodo señalando en una situación normal. Puedes admitir que el emperador está desnudo, incluso si no eres un magnífico sastre. Porque esa es la idea.
Surgirían algunas preguntas: ¿tenemos que estar todos presentes en todo momento a fin de facilitar el aprendizaje? ¿Tenemos que utilizar las facultades? O, ¿podríamos construir un consorcio de universidades en el que se compartiera el talento que pudiera impartir sus clases por todo el mundo?
Esas son las preguntas que me emocionan, en especial ahora, después de este año de aprendizaje virtual e híbrido. Ya he empezado a pensar en la enseñanza y en el aprendizaje de nuevas maneras, y he hecho descubrimientos y observaciones que han promovido la interacción y la colaboración significativas en este entorno remoto.
Los oradores invitados virtuales suelen aceptar la invitación
Tan pronto como supimos que impartiríamos las clases online en Wharton, me puse nervioso. En el aula me centro casi en exclusiva en el aprendizaje experimental. Los estudiantes dedican tiempo a solucionar problemas y luego reciben comentarios sobre cómo pueden ser mejores negociadores o tomar mejores decisiones como grupo. Sabía que parte de esto se perdería.
Para mi, la respuesta inmediata fue contar con oradores invitados. Durante años he tenido dificultades para traer a oradores invitados de renombre a Filadelfia. Pero este año todo el mundo está sentado frente a sus ordenadores buscando algo que hacer.
Pedí a mis estudiantes que nominaran a oradores y hasta el momento todas las respuestas han sido afirmativas. Hasta ahora hemos contado con Mellody Hobson, Sheryl Sandberg, David Chang, el Admiral William McRaven, etc. La lista sigue y sigue. Decir que sí a un Zoom de 30 minutos no es tan difícil. Esta es una de las mejores cosas que he hecho nunca en el aula.
Si dirigiera una Universidad que fuera más allá del modelo centralizado, haría una lista de los alumnos y otros oradores que querría que estuvieran en el aula, y lo convertiría en un elemento básico de la experiencia.
La tecnología puede hacer que las personas tímidas participen en la conversación
Durante años he luchado para poder escuchar las voces de mis estudiantes más introvertidos en el aula. Con Zoom, animo a los estudiantes a participar activamente en la ventana del chat utilizando hashtags: #pregunta, #debate para aportar ideas nuevas, #aquí si quieres compartir una opinión o #enllamas si quieres participar en la conversación inmediatamente.
Son dignos de mención la variedad de perspectivas y la coreografía. Durante años, en el aula, daba el turno de palabra a quien tuviera la mano levantada. Ahora puedo escuchar a los estudiantes que se comunican con otros, que reflexionan y formulan su pregunta antes de hacerla en voz alta. Creo que ya tocaba tener ese tipo de innovación.
Los estudiantes piden lo que necesitan
Una de las cosas que me ha sorprendido es que mis estudiantes me pidieran más recursos complementarios basados en el material que estamos estudiando. Antes de este año, raramente me pedían artículos adicionales para leer o Ted Talks para ver. En estos momentos estoy compilando una biblioteca para que los estudiantes hagan un seguimiento y profundicen en diferentes áreas de mi clase.
No todo el aprendizaje tiene que ser sincrónico
Mi trabajo como psicólogo organizacional es preguntar: ¿qué sabemos a partir de los datos que tenemos? Podemos ver lo interdependiente que es una tarea o proyecto. En realidad se entiende fácilmente con una metáfora deportiva.
Algunas actividades de aprendizaje o proyectos son como el béisbol: todos tienen la oportunidad de pasar por la caja de bateo, batear y correr de una base a otra. Ese tipo de trabajo no tiene por qué hacerse de manera sincronizada. Como profesor, puedo grabar un vídeo, pedir a los estudiantes que anoten sus ideas y enviarles mis comentarios.
Cuando realmente tenemos que sincronizarnos es cuando estamos haciendo algo que se parece más bien al baloncesto o al fútbol: pasar ideas, información y puntos de datos de un lado a otro.
Para mí, de cara al futuro, la idea es hacer todo lo que se pueda conjuntamente de forma asíncrona para que, cuando nos reunamos, ese tiempo se emplee bien.
La intensidad de la comunicación supera a la frecuencia
La mejor alternativa a un modelo centralizado de universidad es la manera que tiene la NASA de entrenar a los astronautas. Una de las cosas que han aprendido es que no es la frecuencia de las comunicaciones entre las personas lo que crea sus conexiones con el equipo y la cultura, sino que la intensidad de la comunicación es lo que realmente importa.
Cuando reunieron a tres astronautas, uno estadounidense, otro italiano y el tercero ruso, en lugar de crear una experiencia semanal, la NASA los reunió durante 11 días, se perdieron en la naturaleza juntos y cocinaron juntos. Una inmersión muy profunda.
Aplicado al entorno universitario, cogería una cohorte o una clase de estudiantes durante un periodo de tiempo concentrado, quizás en el campus o en otra ubicación, y haría que pasaran por una serie de experiencias muy personales, en ocasiones muy estresantes y, en última instancia esto los obligaría a abrirse y a quitarse la máscara que lleven puesta. Una vez que tengamos esas experiencias, podremos aprender mucho desde una perspectiva de distancia.
Eso abriría la puerta para el aprendizaje experimental. Si queremos que las personas confíen en los demás, necesitamos que tengan experiencias intensas juntas en un breve periodo de tiempo. Después, aunque estemos distribuidos geográficamente, nos sentiremos conectados.
Tenemos que replantearnos el semestre de viaje al extranjero
Vivimos en un país cada vez más polarizado, algo que horroriza a mis estudiantes y que quieren cambiar. Y ahora con la pandemia, a la gente le preocupa viajar al extranjero. Esto presenta una oportunidad. La socióloga Arlie Hochschild, autora de Extraños en su propia tierra, ha sugerido realizar intercambios dentro del propio país, en Estados Unidos. Qué ocurriría si asociáramos universidades de la costa con otras situadas en el medio oeste o en el sur y enviáramos a estudiantes a otros estados o partes del país en lugar de enviarlos un semestre al extranjero.
Las universidades tienen que trabajar para conectar mejor a los estudiantes
Como psicólogo, sé que una parte importantísima a la hora de establecer conexiones y sentirse involucrados en el aula para los estudiantes también gira en torno a sentir que comparten intereses con sus compañeros de clase. Pero tener intereses comunes no es suficiente, esos intereses, antecedentes y valores compartidos tienen que ser inusuales.
Un ejemplo: imagina que estás en tu ciudad natal y que te encuentras con alguien que es de tu ciudad natal. Ese aspecto común no es significativo, se espera, no es nada especial. Pero si te encuentras con esa misma persona en otro país, os convertiríais en amigos inseparables inmediatamente, porque en esa situación, ese punto en común es inusual.
Las investigaciones muestran que los estudiantes universitarios de primera generación con frecuencia no se sienten preparados para los desafíos y dificultades que presenta ir a la universidad. Pero si los reúnes en un taller donde pueden escuchar a estudiantes de cursos superiores que también son de primera generación, esto ayuda a los estudiantes a darse cuenta de que otras personas como ellos también tienen dificultades. Ven que no pasa nada si tienes que responder que no sabes algo o ir a horas de tutoría. Eso ayuda muchísimo a mejorar las notas, el rendimiento y la retención.
Si nos alejamos del modelo centralizado, diría que parte del trabajo de la universidad es reunir pequeños grupos de personas que tienen algunas cosas en común que son inusuales. Piensa en los grupos de riesgo que han compartido una experiencia o situación, y construye esos puentes. Eso, en última instancia, es lo que ayudará a que todos tengan éxito y desarrollen un sentido de pertenencia.
Destruir las universidades podría derivar en algo mejor
En realidad no sabemos qué es lo que querrá en el futuro una generación verdadera de nómadas digitales que han compartido una experiencia de aprendizaje completamente virtual. Creo que en algún momento todos vamos a desear el modelo de aula tradicional, pero no quiero extrapolar mis propias preferencias a una generación que ha recibido una educación muy diferente.
Reducir la fricción tecnológica ayudará enormemente. Oír risas durante una clase de Zoom haría que mi trabajo como profesor u orador mejorara muchísimo. También estamos programados para generar confianza en un entorno cara a cara, y esas imágenes que vemos en pantalla no ayudan demasiado.
Otra idea: tenemos que ser conscientes de que cuando hay 200 o 300 estudiantes, no se establecen lazos entre las personas, ocurre cuando hay 5, 10 o 50 estudiantes. Así que tal vez vayamos a crear más graduados que han compartido experiencias juntos en lugar de una clase enorme sin sentido en la que no conoces a la mayoría de las personas.
Piensa en ello como una reconstrucción, en lugar de en una recreación, de lo que ya teníamos.
Adam Grant es psicólogo organizacional y orador TED que ayuda a las personas a encontrar significado y motivación en el trabajo. Es autor de Think Again: The Power of Knowing What You Don’t Know (febrero 2021) y profesor de psicología de la facultad Wharton de la Universidad de Pensilvania.